La Verdad

lunes, 17 de noviembre de 2008

Desde las entrañas del monstruo

Por Alejandro Fernandez W.
Analista financiero BetaMetrix


El relato es totalmente anti-histórico, pero por lo sabio de sus conclusiones vale la pena repetirlo. Cuentan que cuando Alejandro Magno retornaba a Grecia, luego de sus conquistas y victorias, en el camino cayó enfermo y, en su lecho de muerte, le pidió tres deseos finales a sus generales.

El primero fue que sus médicos fueran quienes llevaran su ataúd en los hombros durante el funeral. Como segundo deseo pidió que el camino a su tumba estuviese adornado de oro y joyas. El deseo final era que su féretro se mantuviese abierto, de tal forma que sus dos manos estuvieran a la vista de todos.

Los generales, cuenta el relato, entristecidos y también agotados, le prometieron acatar los tres deseos, pero le pedían al moribundo explicarles el porqué de esas exigencias tan extrañas.

Alejandro, lejos de casa, sintiéndose solo y cansado, no quería dejar que las tres lecciones finales a su pueblo se perdieran. Los médicos llevarán el ataúd para recordarles a todos que ningún hombre o mujer tiene la vida de otro en sus manos, por lo que nunca se deberá tomar a la ligera el don de vivir.

Nada de los tesoros de oro o plata que tanto acumuló el gran conquistador en su corta vida lo acompañaría después de la muerte, por lo que Alejandro reconoció, al final, que es un puro desperdicio de tiempo y esfuerzo acumular riquezas y poder en la vida.

Las manos colgando del féretro, por supuesto, son un simple recuerdo de que con las manos vacías llegamos al mundo y que vacías estarán en el momento final. Con esto, Alejandro murió.

Caminando durante esta última semana por el corazón del Imperio he podido observar, con mis propios ojos, a un coloso caído. Claramente esta crisis económica y de liderazgo, nacional y mundial, logró lo que Osama Bin Laden no pudo: arrodillar a los que, poco tiempo atrás, se consideraban y actuaban como los "Maestros del Universo."

En ningún sitio queda esto más claro que en Wall Street o Park Avenue, donde los templos a los dioses de Bear Sterns, Lehman Brothers y Merrill Lynch yacen vacíos, cual si estuvieran abandonados. Una fila de más de dos cuadras, formada por bien vestidos jóvenes ejecutivos y "yuppies" lleva a las puertas de un hotel de lujo sobre la Quinta Avenida. Curioso, me acerco y pregunto de qué se trata, y un oficial de la NYPD me habla de una feria de empleos.

Vine a Nueva York para tomar un curso de dos días, en el mismo corazón de Wall Street. El título del curso suena, ahora, como un mal chiste: "Valuación de Bancos." A diferencia de años anteriores, en esta ocasión, mitad de los 40 asistentes son representantes de la Reserva Federal, la FDIC o la OCC, todos antiguos reguladores, ahora transformados, para colmo, en accionistas de bancos. Llevo la cuenta: la clase no es capaz de responder por lo menos seis preguntas importantes, pues ya las verdades que antes se asumían (como que los bonos del Tesoro yanqui son "libre de riesgos") ahora son motivo de carcajadas.

Las expectativas que hay sobre la nueva presidencia de Obama recuerdan a las mismas que, cuatro años atrás, tuvo el pueblo dominicano en Leonel Fernández. De tantas prioridades en la agenda presidencial, una resalta sobre todas las demás: re-establecer la estabilidad macroeconómica y la confianza en los mercados. Al igual que Fernández durante la transición, la pregunta en la cabeza de todos es: ¿Quiénes conformarán el gabinete económico?

La mayor lección me la da un banquero, afortunadamente dominicano, que enfrenta el mismo mercado que sus colegas ex "maestros del universo" con bastante menos dolor. Le pregunto: ¿Qué pasó? ¿Cómo llegamos a esto? El dominicano, economista al fin, me habla sobre la burbuja hipotecaria, la política monetaria y la excesiva dependencia en el consumidor endeudado para lograr crecimiento económico.

Como si conociera las "lecciones" de Alejandro Magno, con una humildad que reconozco me sorprendió positivamente, el ejecutivo me admite: "Nuestro negocio va bien porque no nos metimos en cosas que no entendíamos. Demasiada gente en este negocio, tanto banqueros como consumidores, asumieron riesgos que ni ellos mismos podían comenzar a entender, mucho menos explicar."

Esos riesgos, de una grandeza incalculable e impresionante, adornan el camino funerario de un mercado que, con las manos vacías, yace moribundo sobre los hombros de burócratas, funcionarios públicos y Mr. Obama.

Aprendamos nosotros, en el país, la lección de lo que verdaderamente valoramos, aunque sea en los zapatos de estos dos colosos caídos.

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